viernes, 21 de octubre de 2011

Con barbas y a lo loco

El jefe de zona me mandó llamar. Vino a buscarme "Joaquinito", un tipo bajito y regordete con cara de pan de pueblo que trabajaba como mozo en la empresa desde tiempos inmemoriales.
- El jefe está que arde contigo Pelayo... lo siento, pero creo que ya sabes... - me advirtió "Joaquinito" con un tono de voz tan agudo como si le estuvieran dando un pellizco en los huevos.
El jefe se llamaba Arturo Caravaca. Pero los empleados le llamábamos señor Arturo por petición propia. Era un tipo alto, de unos cuarenta y cinco años, nariz aguileña y cara delgada con rasgos muy pronunciados. El pelo le caía lacio sobre la cara y le ocultaba dos grandes orejas abiertas. No era de los que decían: "Hola, ¿que tal?", sino que se limitaba a saludar con la cabeza y con la mirada perdida en algún punto de la habitación. No era un hombre con el que se pudiera hablar de algo que no fuera la empresa. Era demasiado frío. Guardaba mucho las distancias y hacía que te sintieras un empleado. Yo ya sabía que era un empleado pero no me gusta que me refrieguen aires de superioridad sobre la cara.
Por lo demás, el despacho del señor Arturo no era nada especial. Las paredes pintadas en un tono ocre daban seriedad al sitio. Había fotografías suyas colgadas en la pared con altos directivos, una bandera de España y en la mesa una foto de dos niños pequeños y otra de Escrivá de Balaguer. Solté media carcajada al ver esta última.
- ¿Me ha mandado llamar, señor? - pregunté a la vez que me sentaba en una silla que había frente a su mesa.
- No le he dicho que se siente - entonces me levanté.
- Siéntese señor Carrasco - me sugirió treinta segundo después.
- Prefiero estar de pie - contesté.
-¿Sabe?... usted está cosechando los peores registros de reparto de los últimos diez años... nunca su zona, en los diez años que llevo como jefe de personal había tenido tan malos registros.
- Eso se lo dirá a todos.
- ¿Como dice?
- Le digo que estoy seguro de que esto se lo dirá a todos. He repartido mi zona desde la A a la Z. No he perdido ni un solo reparto, así que no entiendo sus quejas.
- Mire señor Carrasco, los repartidores son los trabajadores más importantes de esta empresa - y recalcó estas palabras dando golpes con su pluma estilográfica sobre la mesa. - Esta empresa - continuó - se mantiene viva gracias a sus repartidores ¿entiende?. Los repartidores son el lazo de unión entre nuestro producto y el cliente. Los repartidores son la imagen que nuestros clientes tienen de la empresa. ¿Lo está entendiendo?. Lo primero que le voy a pedir es que se afeite esa barba que tapa su cara, porque como le he dicho, usted es la imagen de esta empresa.
- ¿Que problema hay con la barba? - le reproché - Mariano Rajoy tiene barba. Rubalcaba tiene barba. Charles Darwin tuvo barba al igual que Sigmund Freud.
- Quítese la barba, ¿entendido?.
- ¿Y lo segundo que va a pedirme?
- Lo segundo que voy a pedirle es que duplique su productividad.
- ¿Cuanto cobra usted? - pregunté al señor Arturo mientras me hacía trencitas con los pelos de la barba.
- ¿Como dice?
- ¿Que cuanto cobra usted?...¿cual es su sueldo?
- Eso no le interesa.
- Pues yo cobro 650 miseros euros al mes por diez horas de trabajo. ¿cree usted que es un sueldo digno para uno de los trabajadores más importantes de esta empresa?
- ¡Ahí fuera hay cinco millones de personas dispuestas a trabajar en su puesto, incluso por menos dinero del que usted cobra!
- Y de eso es de lo que gente como usted se vale... aunque sabe que ninguno de los que está ahí fuera es tan bueno como yo.
- ¡Carrasco!, quiero que se afeite y que duplique su rendimiento o se irá a la calle.
- Está bien, pero yo quiero que me duplique el sueldo o le reviento su coche.
- ¿Me está amenazando?
- Como lo oye. Usted me está amenazando a mi y yo le estoy amenazando a usted. O me duplica el sueldo o le reviento ese bonito Audi rojo que hay aparcado en la puerta entre las motocicletas de los repartidores . No lo haré yo... tengo amigos en el barrio. Todos los maleantes de este barrio son mis amigos. ¿No lo sabia?, pues ya lo sabe. Los maleantes del barrio me llaman "Hermano". Me invitan a beber vino en el parque que hay detrás de la calle trasera, incluso me piden que me folle a sus mujeres. Todos los maleantes me quieren. Y desde luego todos estarán dispuestos a destrozar el coche de un fascista como usted.
- En mi vida he visto a un tipo más idiota. Está despedido señor Carrasco, salga de aquí ahora mismo.
- Ya lo sabía. Estoy despedido desde el instante en el que crucé la puerta de su despacho.

Al salir me encontré con "Joaquinito".
- ¿Que tal te ha ido Pelayo?
- Como me tenía que ir, Joaquin.
- Entonces te echaré de menos, hermano.
- Yo a tí también. Cuídate pequeño.
Antes de llegar a la puerta de salida ví a Gloria. Gloria era una chica colombiana que se encargaba de la limpieza de la empresa. Me guiñó el ojo cuando le besé la mejilla y me despedí de ella.
- Sabes donde encontrarme, papito.
- Te buscaré, mamita.

En la calle el cielo estaba limpio y brillante, con golondrinas alocadas dando pinceladas en el aire. ¡Volad, locas, volad vosotras que podeis! - pensé.
Caminé hasta cruzar la calle y me coloqué a unos cinco metros de un Audi rojo que estaba aparcado con mimo entre dos motocicletas de reparto.
La calle es la jungla. Y en la jungla, para sobrevivir, hay que hacer lo que sea. Por lo tanto, siempre hay gente en la calle dispuesta a hacer lo que sea por un poco de dinero.
Solo tuve que esperar cinco minutos hasta que ví a un tipo que cruzaba la calle tirando de un carro lleno de chatarra.
- ¡Eh amigo!, ¿quieres ganarte unas perras? - le grité.

1 comentario:

Felipe Marín Álvarez dijo...

!Cómo sabes dar donde más duele! Mierda de mundo con tantas amenazas.