viernes, 30 de octubre de 2009

Nada se pierde, todo se transforma




No perdimos el cariño,
solo lo transformamos en odio.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Casa Ramón

El local me encanta. Es pequeñito, muy acogedor,
con un ventilador de madera en el techo, una barra alicatada de azul,
tres mesas, varias sillas y un ventanal enorme con vistas a la calle.
Un aroma agradable, mezcla de café y Coñac, se respira en el ambiente.
Las paredes están decoradas con fotografias tomadas por Ramón, dueño del bar,
en el valle del jerte y la sierra de Grazalema.
Es un buen tipo.
Ni muy alto, ni muy bajo.
Ni muy gordo, ni muy delgado.
Ni muy tonto, ni muy listo.
Lo necesario para mantener una conversación de rigor y
después comprender que necesitas tu tiempo para beber tranquilo.
Los seres humanos somos animales de costumbres, y yo, me
he acostumbrado a este sitio.
Es como una embajada fuera de mi pais.
Una extensión de mi hogar en la calle.

Solo tiene un fallo.
Tengo que tomar café todas las mañanas leyendo el jodido ABC.

lunes, 26 de octubre de 2009

Recuerdos que trae el viento

Recuerdo el invierno pasado
con luces de atardeceres,
ella siempre sobresaltada y feliz
de mi mano a la deriva,
bajo el frio viento, que no era viento
sino suspiros del cielo.
Así era y así fuimos.
Por supuesto, todo acabó.
Y admito que a patadas
abrí la puerta de mi corazón para expulsarla
de dentro.
Comenzando después este combate con mis sentimientos,
intentando de olvidarla por siempre, sin poder.

Ahora que el invierno de nuevo se acerca,
y con él los suspiros del cielo,
mis ideas me parece que están bastante claras
mientras escribo este poema
pero,
¿por qué no admitir que fui feliz,
y que a menudo me acuerdo?.
Para eso nos conocimos.
Para dejarnos un poco de miel entre los labios.
Tu seguiras...quien sabe que seguiras haciendo.
Yo sigo subido al ring,
dando palos de ciego.

jueves, 22 de octubre de 2009

Palabras robadas

Empapados, helados, esperamos el alba. Cubría aún el mar la bruma. El farol se había apagado, cuando Quee­queg se puso en pie con una mano en la oreja. Oímos un crujido como de vergas y aparejos. El ruido se acercaba más y más, y entre la bruma distinguimos de pronto una confusa pero enorme silueta. Todos, aterrados, nos lan­zamos al agua, al echársenos encima el buque. Vimos flotar en el agua la barca abandonada, y la enorme masa pasó sobre ella; y ya no se la volvió a ver hasta que reapareció a popa medio volcada. Nadamos en direc­ción a ella y poco después el barco nos recogió. Las otras lanchas habían abandonado la caza y regresado al barco, antes de que la borrasca se les echara encima. A bordo habían perdido las esperanzas de encontrar­nos, pero habían continuado buscándonos por allí. Nos habíamos salvado.
-Queequeg -dije a mi amigo cuando nos izaron a bordo-, ¿ocurre esto muchas veces? -él asintió, silenciosamente. Yo me volví hacia el segundo ofi­cial-. Señor Stubb, creo haberle oído que el señor Starbuck es el más prudente de los balleneros. ¿Es aca­so prudente lanzarse sobre una ballena herida en medio de la bruma y la borrasca?
El segundo oficial, que chupeteaba su pipa, asintió:
-Seguro. Yo he arriado las ballenas de un buque que hacía agua, a la altura del Cabo de Hornos.
-Esa es la ley de la caza -añadió Flask a su vez.
Así que yo ya había aprendido algo sobre las balle­nas y la forma de cazarlas. El principal deber de un ba­llenero era perseguirlas fuera como fuese y en cualquier circunstancia.



Herman Melville; De su libro, Moby Dick

domingo, 18 de octubre de 2009

Soltando lastre


Ningún hierro puede despedazar tan fuertemente el corazón como
un punto puesto en el lugar que le corresponde.

Isaac Babel.





Aunque ahora a tu lado escuches el susurro de otra respiración
y sientas el calor de otros muslos,
tengo la certeza de que en tu mitad en sombra
se proyecta un eclipse que surge desde mi corazón.

lunes, 5 de octubre de 2009

Estaba a punto

Había llegado la hora de salir de aquel Pub. Llevaba allí no se cuantas horas y demasiadas copas. Lo único que me había entretenido la mirada era una cuarentona de pelo rubio y pantalones ceñidos que había decidido no volver a pisar la pista de baile.
Me agaché, cogí mi copa, la acabé.
Cuando me fui, ella estaba sentada en el sofá, con los ojos clavados en la alfombra. Cerré la puerta tras de mí, fui pasillo adelante, salí por el portal y regresé a mi coche.
Me subí y lo puse en marcha. Estuve un rato esperando a que se calentara.
Era una veraniega noche de luna.
Y yo todavía estaba empalmado.

Se me escapó

-¿Que donde coño me he metido durante todo este tiempo? No te lo vas a creer amigo, pero volví a seguirle los pasos.
- ¿De nuevo?
-Si. Debí de quedarme dormido allí sentado. No sé qué me despertó, pero cuando desperté allí estaba ella en su Mercedes saliendo marcha atrás del garaje. Giró y se dirigió hacia el sur. Yo la seguí. Y así he pasado tres meses y medio. Siguiendola.
-Voy a decirte algo, lo que tu necesitas es un loquero.
–Muy bien. Pero hasta que consiga uno, ¿puedes traerme dos botellas de
cerveza china?

Lo echarían a perder

Cuando yo iba a la escuela primaria teníamos una maestra que nos
preguntó: ¿Qué quieres ser cuando seas mayor? Y casi todos los niños
dijeron que querían ser bomberos. Eso es una estupidez, puedes quemarte, fue lo primero que pensé. Otros dijeron que querían ser médicos, futbolistas, pero nadie dijo: Quiero ser detective privado. Y eso era lo que a mi me gustaba. Llevar una magnum en el pecho y follarme a rubias vestidas de blanco que acudiesen a mi despacho los miercoles por la tarde. Eso, o fotógrafo del Playboy. Envidiaba a estos tipos.
Desgraciadamente me he tenido que conformar con ser un buscavidas con demasiados vicios.
Pero bueno, tampoco está tan mal. Todo tiene su encanto si le pones estilo.
Al fin y al cabo cuando la maestra me preguntó a mí, le contesté: Y yo que sé...