lunes, 27 de abril de 2009
Por mi mala cabeza
Ya pasé por aquí
miércoles, 22 de abril de 2009
Retratos con nombre
lunes, 20 de abril de 2009
Zapatos sucios
- No, gracias.
- Están sucios señor.
- Me gustan cuando están sucios.
- Por tres euros señor, le dejo los zapatos nuevos - exclamó el limpiabotas mientras se arrodillaba, abriendo una maletilla repleta de cepillos y botes de betún.
- No, no, los zapatos no me los limpia ni Dios.
- ¿Pero por qué, señor?
- Porque no consiento tener a alguien arrodillado ante mí limpiándome los pies. Lo encuentro humillante. ¿Quién soy yo?, ¿un emperador romano?, ¿un señorito de la alta nobleza?. ¿ Quién eres tú?, ¿un siervo condenado a humillarse en el siglo veintiuno?.
Guarda el cepillo y busca otro cliente. Busca un tipo que quiera sentirse Domiciano por un rato.
Lo encontró en la mesa de al lado.
jueves, 16 de abril de 2009
Abre el pecho y escupe
miércoles, 8 de abril de 2009
El libro de Monelle
No hay que pensar otra cosa.
No hay que pensar en lo que ellas han podido hacer en las tinieblas.
Nelly en la horrible casa, Sonia borracha en un banco del bulevar...Son
criaturas de carne.
Han salido de un sombrío callejón para dar un beso bajo la lámpara
encendida de la calle.En ese momento eran divinas.
El libro de Monelle. Marcel Schwob
Se llama Marcel Schwob. Tiene veintitrés años.
Su vida ha sido plana hasta el día de hoy.
Pero el relieve acecha en forma de una puta
a la que lo conduce, una noche, el azar.
Se llama Louise. Es frágil, menuda y enfermiza,
silenciosa y abyecta. Casi no se la ve.
Sólo hay terror y angustia en los inmensos ojos
que le invaden la cara, dignos de Lillian Gish.
En sus brazos Marcel olvida que mañana
citó en la biblioteca a su amigo Villon.
Se olvida hasta de Stevenson, su escritor favorito,
de Shakespeare, de Moll Flanders y del Bien y del Mal.
Qué tres soberbios años de amor irresistible
aguardan al judío en la paz del burdel.
El cielo de París aún retiene sus vanas
promesas y las tiernas caricias de Louise.
Pero lo bueno acaba. Ella muere de tisis
y Marcel languidece, privado de su sol.
«No queda más remedio que volver a los libros»,
se dice, y da a las prensas El libro de Monelle.
Luis Alberto de Cuenca