miércoles, 28 de enero de 2009

Antes de cualquier posible final

El hombre de la barra del bar
solo bebe.
No habla.
No piensa.
Creo que apenas respira.
Su único interés está
en la copa que sostiene en
la mano derecha.
A veces levanta la cabeza,
mira alrededor con ojos vidriosos
y
pone cara de extrañeza ante
los rostros de los demás clientes.
Atolondrado,
levanta la palma de la mano e
intenta matar una mosca que pasea por el mostrador.
Vuelve a agachar la cabeza
y
emite un enorme suspiro
que suena a llanto.

Supongo que los suspiros,
son los quejidos
del alma.

martes, 27 de enero de 2009

A veces

Escribir un poema se parece a un orgasmo:
mancha la tinta tanto como el semen,
empreña también más en ocasiones.
Tardes hay, sin embargo,
en las que manoseo las palabras,
muerdo sus senos y sus piernas ágiles,
les levanto las faldas con mis dedos,
las miro desde abajo,
les hago lo de siempre
y, pese a todo, ved:
¡no pasa nada!
Lo expresaba muy bien Cesar Vallejo:
"Lo digo y no me corro".
Pero él disimulaba.

Ángel González

jueves, 22 de enero de 2009

Un día, cualquier día, te das cuenta de todo

"Mañana he de madrugar
y veré las mismas caras cansadas,
las mismas caras de todos los días,
los mismos movimientos mecánicos.
Ojalá pueda dormir esta noche sin sobresaltos."

Antonio Molina



No conozco su nombre.
La única relación que me une a él es que compartimos
todas las mañanas el mismo
autobús desde hace cinco o seis años.
Ha sido este contacto diario el que ha hecho
que todas las mañanas,
como consuelo al prójimo
por la condena que sufrimos al madrugar,
nos saludemos con unos buenos días.
Pero nunca hemos entablado conversación.
Cinco o seis años en los que no hemos
hablado ni siquiera de la climatología mañanera.
Personalmente,
no me apetece hablar cuando a penas ha salido el Sol,
y al parecer a él tampoco.
Eso me gusta.
Pero hacía un mes que no le veía el pelo.
Me preguntaba que le habría ocurrido.
Reconozco que incluso estos últimos días
he llegado a estar preocupado.
Me preguntaba si seguiría vivo.

Hoy ha vuelto a aparecer por el autobús.
Sobrio,
serio,
sereno,
tan natural como todos los días,
solo que al pasar por mi lado ni siquiera me ha saludado.
¡Cabrón he estado preocupado por tí!

domingo, 18 de enero de 2009

Valió la pena

Bailar contigo
mientras el león de Belfast
cantaba "And it Stoned me".
Lo echo de menos.
Tanto como calentarte el alma
bajo las sabanas de la cama
en una fria mañana de invierno.

Supongo que lo tuvimos tan cerca
que nunca lo vimos.

domingo, 11 de enero de 2009

Es casualidad

Es tambien casualidad
que me venga ahora a la cabeza
un consejo que me dió mi padre hace años.
"¡Los hombres nunca lloran!".

Yo tendría unos seis o siete años
y
aquello quedó grabado
en mi mente.
Desde entonces podía pegarma la ostia
más grande de la historia
con la bicicleta,
jugando al fútbol o
escalando un tajo,
que nunca lloraba.
Mis ojos se secaron.
No podía mostrar la debilidad
de las lágrimas ante nadie.

Pero había un chico que
conseguía enrojecer mis ojos.
Mi hermano.
Él era tres años mayor que yo
y
juntos disfrutabamos de una de las habitaciones
de nuestra casa para
jugar.
Todas las tardes nos metíamos en
aquella habitación para dar rienda suelta
a nuestra imaginación
y
emprender batallas entre nuestros
ejércitos de muñecos de barro.
Y todas las tardes mi hermano
terminaba expulsándome de la habitación
porque quería jugar solo.
Me echaba a empujones y cerraba la puerta con llave.
Y yo me moría de rabía con la oreja pegada a la puerta
mientras le oía imitar
el sonido de helicópteros,
bombas,
disparos y demás.
Lo hacía solo por joderme.
Lo hacía solo por hacerme de llorar.
Y lo conseguía.
Casi todas las tardes se me escapaban lágrimas.
Lágrimas que no eran de dolor,
sino de rabia
e impotencia.
Y por eso las dejaba escapar.
Porque había aprendido a resistir las lagrimas ante el sufrimiento físico,
pero me era imposible retenerlas ante la imposibilidad
y la injusticia.
Entonces acudía a mi madre para que
ella aplicara la ley.
Aquella habitación era tan mía como de mi hermano.
Yo tenía el mismo derecho que él a jugar allí .
Pero mi madre hacía oidos sordos.
Él era el mayor, y eso bastaba.

Como decía, es casualidad que me haya
venido a la cabeza este recuerdo,
ahora que paseo un pañuelo entre mis ojos
al ver en el noticiario las imágenes
de palestinos muertos en Gaza.
Y es tan duro e injusto como
para hacer llorar a
un hombre.
Pero dicen que los hombres
no lloran.
¿Lloras tu?.