lunes, 11 de agosto de 2008

Era una voz quebrada

El viejo Sam quedó postrado en una silla de ruedas para

el resto de su vida.

Desde entonces pasaba todo el día sentado en aquella silla con una pequeña

manta de cuadros tapandole las piernas, viendo pasar

chicas guapas a través de la ventana de su habitación.

Por las tardes salía a la puerta de su casa a fumar un cigarrillo y oía

programas de cante flamenco en un pequeño transistor,

viendo pasar chicas guapas por las aceras de su corazón.

Al viejo Sam le gustaban las chicas guapas.

Debía tener 80 o 90 años y según contaban las lenguas del barrio

nunca había estado con una mujer.

Lo cierto es que no era muy agraciado fisicamente.

Tenía dos grandes orejas abiertas al mundo con formas de antenas parabólicas,

una nariz tan pequeña como el botón de una camisa y unos ojos que emanaban

odio, rencor y rechazo.

Ese era su problema, siempre se había sentido rechazado y

supongo que la solución que encontró fue la de rechazar él también al mundo.

Así la vida debía ser mucho más fácil.

Yo siempre que pasaba por su lado lo saludaba aunque él nunca contestaba,

se quedaba con la cara intacta y el transistor

pegado a una de sus enormes orejas.

Así que dejé de saludarle, y con el tiempo, después de tanto vernos,al menos

me miraba a la cara y hacía un leve movimiento de cabeza, gesto

que yo interpretaba como un "adios"o un "hasta luego",

aunque también podía ser un "¡vete al carajo, gilipollas!".

La cuestión era que nadie hablaba con el viejo Sam.

Todos los vecinos del barrio pasaban de él.

Y el viejo Sam pasaba de todos los vecinos del barrio.

Pero yo quería robarle algún comentario, era más, quería saber como era su voz.

Nunca había oido su voz.

Desde pequeño la voz de la gente es algo que siempre me ha creado curiosidad.

Me ocurría por ejemplo cuando veía fotos de familiares que yo no conocía.

Me preguntaba como serían sus voces, y también me sucedía al contrario, cuando oía una voz

en televisión o en radio, me preguntaba como sería el rostro de aquellas personas.

Una tarde yo caminaba aburrido hacía el kiosko de la esquina a comprar tabaco y

lo ví sentado en la puerta de su casa.

Decidí que había llegado el momento de conocer su voz y

con cierto tono irónico le dije:

- A ver cuando me das un paseo en esa moto, guapo.

Su cara cambió de pronto a la tonalidad más roja que pueda ponerse un rostro y

sus ojos parecían que iban a salir disparados hacía mí como meteoros impulsados por

el ardor del odio.

-¡¡¿Mi moto?, ¿guapo?, hijo de puta ven aquí, voy a darte la paliza más grande que jamás te hayan dado

marica chupa pollas..."!!

Y continué mi camino hacía el kiosko,

mientras el viejo Sam se cagaba en todos mis antepasados

con una voz tan quebrada como su alma,

y me retaba a una pelea en la que según él, yo no tendría posibilidades.

3 comentarios:

Felipe Marín Álvarez dijo...

Eres bueno... muy bueno.

Anónimo dijo...

Qué crack....ingenio y sátira por doquier...me encanta

Pelayo dijo...

Gracias a los dos, es un placer que os haya gustado.

Saludos.