lunes, 20 de abril de 2009

Zapatos sucios

- ¿Limpio?
- No, gracias.
- Están sucios señor.
- Me gustan cuando están sucios.
- Por tres euros señor, le dejo los zapatos nuevos - exclamó el limpiabotas mientras se arrodillaba, abriendo una maletilla repleta de cepillos y botes de betún.
- No, no, los zapatos no me los limpia ni Dios.
- ¿Pero por qué, señor?
- Porque no consiento tener a alguien arrodillado ante mí limpiándome los pies. Lo encuentro humillante. ¿Quién soy yo?, ¿un emperador romano?, ¿un señorito de la alta nobleza?. ¿ Quién eres tú?, ¿un siervo condenado a humillarse en el siglo veintiuno?.
Guarda el cepillo y busca otro cliente. Busca un tipo que quiera sentirse Domiciano por un rato.

Lo encontró en la mesa de al lado.

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