Una de esas mañanas en las que apetece estar tumbado en la cama hasta altas horas, y aún más si una terrible resaca martillea las pocas neuronas activas que sobreviven en tu cabeza.
Acababa de llegar a mi oficina y colgar mi vieja gabardina empapada de agua en el guardarropa.
El reloj marcaba las 9 horas y Raquel, mi secretaria, había dejado preparado un poco de café caliente en una taza. Pasé del café y busqué mi vieja petaca en el segundo cajón de mi mesa, entre paquetes vacios de Pallmall, mecheros necesitados de transplantes de piedra y un par de condones caducados.
Esos condones llevaban años en aquel cajón, creo que desde que establecí mi negocio en este edificio casi en ruinas.
Saqué la petaca y dí un trago largo.
Limpié mi boca con el puño de la mano izquierda, coloqué los dos pies sobre la mesa y comencé a leer el periódico local.
Hacía semanas que no recibía un caso interesante.
Ultimamente solo trabajaba para mujeres que desconfiaban de la fidelidad de sus maridos o para maridos que desconfiaban de la fidelidad de sus mujeres. Y aquello me aburría.
Fotografiar a estas personas besandose con sus amantes, huyendo de la monotonía de sus matrimonios, huyendo de la monotonía de los cuerpos obligados a amarse eternamente en la abundancia y en la pobreza por los siglos de los siglos.
Comencé a ojear la sección de sucesos y encendí un cigarrillo.
De pronto el telefonillo de mi mesa sonó.
- Señor Velazquez, tiene un cliente, la señora Rosa Alarcón.
- Hagala pasar. - contesté.
Quité los pies de la mesa e incorporé mi cuerpo en la silla, guardé la petaca en el cajón y dí una calada tan profunda al cigarrillo que el humo me llegó hasta el mismisimo culo.
Llamaron a la puerta y dí permiso para entrar.
La señora que entró en el despacho me dejó extasiado.Tendría unos 55 años, más o menos mi edad, y era alta, con una larga melena rubia que cubría toda su espalda. Tenía unos ojos tan sexys como los de Brigitte Bardot y su cara parecía haber sido tallada por algún dios griego en busca de la perfección femenina.
Vestía un traje rojo que se ceñía fuertemente a su cintura de forma que dibujaba perfectamente el contorno de sus caderas y dejaba ver unas preciosas piernas cubiertas por unas finas medias .
-Buenos dias señora Alarcón, es un placer.
-Buenos dias señor Velazquez.
-Sientese por favor.
Observé como doblaba las piernas una vez sentada en la silla. Eran unas piernas largas y sensuales.
Me gustaría probarlas, pensé.
- ¿En que puedo ayudarla?
-Tengo entendido que es usted unos de los mejores detectives de la ciudad y me gustaría que encontrase a una persona.
-¿De quien se trata?
-¿Le suena a usted el apellido Lorca?
-Si...bueno, es un apellido bastante común.
-Pues quiero que busque y encuentre a Federico García.
-¿quiere decir a Federico García Lorca? ¿el escritor?
-Exactamente señor Velazquez. Veo que es rápido, y eso me gusta.
Dí una última calada al cigarrillo que sostenía entre los dedos y me quedé mirando fijamente hacia el techo.
Aquella mujer estaba realmente loca. El problema era que tenía un tremendo polvo y que yo
no era capaz de apartar mis ojos de sus piernas. Aquellas piernas me resultaban hipnóticas.
- Pero señora Alarcón....Lorca está muerto.
-Eso es lo que todo el mundo cree, pero yo se que está vivo.
-¿Y como lo sabe?
-Porque hasta ayer, ha estado viviendo conmigo los últimos 55 años.
- ¿Como?, oiga mire...¡ya está bien!. Lorca fue asesinado en el año 36 de un disparo en la cabeza por alguien perteneciente al bando nacional. No puedo perder el tiempo escuchando más estupideces. Tengo un periódico que leer y una Magnum que limpiar ¿de acuerdo señora Alarcón?
-Señor Velazquez, Federico no murió cuando intentaron asesinarlo. Le dispararon pero la bala quedó estancada en una zona vacía de su cabeza. Fue mi padre quien lo encontró a la mañana siguiente caminando sin rumbo, perdido por la carretera medio desangrado . Lo montó en su carro y lo llevó a casa, donde mi madre y mis hermanas mayores cuidaron de él. El problema era que sufria una grave amnesia que le impedía recordar. No sabía quien era, no recordaba su nombre, no recordaba donde había nacido. No recordaba nada.
Cuando estuvo recuperado comenzó a trabajar en casa. Cuidaba del ganado y ayudaba a mi padre en las labores de labranza . Nosotros tampoco sabíamos quien era él realmente. Habíamos oido que habían matado al famoso poeta Federico García Lorca, y que no había aparecido su cuerpo, pero ni mis padres ni mis hermanas ni yo imaginabamos que fuese él.
Fue a partir de los doce años de vivir con nosotros cuando Francisco, así era como le llamabamos en casa, comenzó a escribir poesía y a pintar cuadros.Mis hermanas y yo jugabamos a disfrazarnos con él haciendo pequeñas representaciones de obras de teatro que él mismo inventaba.
Desde ese momento comenzó a recordar. Hablaba de representaciones teatrales que había hecho en miles de sitios, de viajes por el mundo, de libros, de amores, de llantos...en fin, terminó recordando su anterior vida, la de Federico. Fui yo quien le llamó por primera vez Federico y no olvidaré como se quedaron sus ojos negros, fijos mirando la inmensidad de su persona, asesinando la personalidad de Francisco y aceptando su verdadera historia, la de Federico García Lorca.
Desde entonces hasta ayer, ha vivido conmigo en casa. Él sabía quien era, pero prefiríó vivir el resto de su vida con nosotras. Fue él quien mató a Federico García Lorca, y quen eligió vivir como Francisco Alarcón.
- Bueno....no se que decirle señora Alarcón. Es bastante rocambolesca la historia, pero podría ser verdad.
Cuando llevas veinte años en el negocio de la investigación privada aprendes que las historias más rocambolescas suelen ser las más ciertas. Además, mi instinto me decía que aquella mujer no estaba mintiendo y que menos aún estaba loca.
Cogí un bloc de notas que había sobre la mesa, saque mi pluma estilográfica de su cartuchera y me dispuse a tomar declaración a la señora Alarcón sobre todo lo sucedido en el día de la desaparición. Aquel caso era lo que necesitaba mi vida, acción, y porque no, fama. Si encontraba a Lorca con vida saldría en televisión, quien sabe, incluso mi nombre aparecería en la enciclopedia.
- Esta bién señora Alarcón digame ¿como y por que cree que ha podido desaparecer?
-Bueno...la semana pasada vino a casa Shakespeare. Francisco y William no se llevaban muy bien ¿sabe? creo que tuvieron una pequeña discu...
-perdone señora Alarcón...¿se refiere a W. Shakespeare el escritor?
-Si, Federico y William no mantenían ultimamente una muy buena relación, ya que...
-Esta bien señora Alarcón, deme su número de teléfono y uno de estos dias le llamaré para tomar nota de forma más detenida.
-¿Pero ya hemos acabado...?
-Si señora Alarcón, tranquila, ya le llamaré.
Me dejó su teléfono escrito en un trozo de papel y abandonó mi despacho con un movimiento de caderas tan cachondo como el de una bailarina de streap-tess.
Volví a coger el periodico local, saque la petaca del segundo cajón de mi mesa,dí un trago largo,limpié mi boca con el puño de la mano izquierda, encendí un cigarrillo,coloqué los pies sobre la mesa y tumbé mi cuerpo en la silla, henchido de no gloria.
Aquella mujer estaba como una cabra y reconozco que mi instinto me volvió a fallar. Pero tenía las piernas más bonitas de toda la ciudad, y yo su número de teléfono.
3 comentarios:
A partir de hoy te llamaré Dashiell. Salvo que tú no quieras. Me encanta.
Hoy, día mundial del blog te he citado en mi ciberbitácora.
Me encanta este texto. Como casi todos.
Perfeto en tondo, bueno casi todo, la letra es demasiado chica.
!Canalla nos vas a mandar al oculista!
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