Había llegado la hora de salir de aquel Pub. Llevaba allí no se cuantas horas y demasiadas copas. Lo único que me había entretenido la mirada era una cuarentona de pelo rubio y pantalones ceñidos que había decidido no volver a pisar la pista de baile.
Me agaché, cogí mi copa, la acabé.
Cuando me fui, ella estaba sentada en el sofá, con los ojos clavados en la alfombra. Cerré la puerta tras de mí, fui pasillo adelante, salí por el portal y regresé a mi coche.
Me subí y lo puse en marcha. Estuve un rato esperando a que se calentara.
Era una veraniega noche de luna.
Y yo todavía estaba empalmado.
2 comentarios:
¿Será verdad que todos los placeres, por serlo, son inesperados?
Saludos, de nuevo, Dashiell. Yo sí sabía lo que querías ser de mayor. Y eso que no te conocía. Ni te conozco.
Hay que ser muy cojonudo para llevarse meses sin escribir -a mi me han perecido años-, y venir ahora de golpe con estas tres perlas.
!Qué coño(s) tendrán las puretonas para ponernos tan duros, tan tiernos... que nos "apeluchan"!
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