lunes, 14 de julio de 2008

Sálvame

Sálvame me pedían sus ojitos negros.
Me entristece saber que ya no podrá bailar con el viento moviendo esas débiles
alas, ni cantar a la mañana desde una rama de olivo.
Notaba como su pequeño corazoncito se apagaba.
Pobre pájaro, rendido y derrotado como muchos seres humanos
moría lentamente abandonado en la esquina de la plaza mayor.
Lo más que pude hacer fue llevarlo a casa y hospitalizarlo en una caja de
cartón entre pañuelos de color cielo.
Aquella misma noche murió, aunque al menos sintió el calor de mi mano
entre su pelaje. De alguna forma estuvo tranquilo.
Debe ser agradable saber que alguien está llorando por tí.

1 comentario:

Mónica dijo...

Sencillamente humano y sensible