martes, 16 de septiembre de 2008

El día que conocí a un genio

Corría por los pasillos de la facultad a toda la velocidad que daban mis pies.
Llegaba tarde a una entrevista con el escritor y premio nacional de literatura, Eugenio Cervera.
En mis años de estudiante, fuí colaborador en el periódico universitario, no porque ya tuviese vocación periodística, sino porque la alumna más guapa de la universidad era la redactora jefa del periódico y también la redactora jefa de mis sueños. Se llamaba Lucía y me volvía loco.
El problema es que la nena no me hizo ni puto caso, así que terminé pasando de ella, y acabé enamorandome de esta profesión que ha entretenido mi sórdida vida durante los últimos cuarenta y cuatro años.
Yo trabajaba para la sección de deportes.
Me encargaba de los resultados de los distintos partidos, entrevistas a deportistas universitarios...en fín, noticias de índole deportiva que a mi poco me interesaban.

El caso es que aunque no estuviese a cargo de la sección cultural del periódico, me había propuesto realizar una entrevista a Eugenio Cervera.
Había leido todos sus libros y poemas. Había pasado horas, dias, meses, años ensimismado con su forma de ver y explicar la vida.
Su estilo escribiendo era demasiado sencillo para ser un escritor galardonado a nivel internacional, pero sus idas y venidas a su propio infierno personal, lo habían convertido en un escritor de culto.
Para mi y para muchos, este tipo era un genio.
Abogado, historiador, periodista y biólogo, había decidido acabar sus dias como doctor emérito en la facultad de biología.

Y por allí corría yo.
Por unos desconocidos pasillos de la facultad de biología buscando ansioso el despacho de esta eminencia, con el rostro empapado en sudor y notando el nacimiento de un callo en mi pie izquierdo debido a la rozadura de unas íncomodas botas de montaña creadas no para correr, sino para ascender a cimas tan altas como el cielo.
Trás diez minutos de busqueda di con él.
Una placa dorada pegada en la puerta anunciaba su nombre.
"Doctor Eugenio Cervera". Saqué un pañuelo azul del bolsillo de la chaqueta y sequé el sudor de mi frente. Miré el reloj. Llegaba con quince minutos de retraso. Llamé a la puerta y una voz ronca gritó "¡¡pase joder!!".
Entré en el despacho y cerré la puerta.
Un tremendo olor a vino flotaba en el ambiente.
Cientos de libros se esparcían por todos los rincones de aquella habitación, desperdigados por el suelo y ocupando estanterias enteras.
Cuerpos vacios de botellas de alcohol envejecían en las mesas como cadáveres en un cementerio, y Eugenio Cervera me miraba sentado desde un sillón, con unos ojos rojos e hinchados, sosteniendo una enorme copa de vino en la mano derecha.
Vestía una camisa verde y unas calzonas playeras de color naranja. Una barba espesa, larga y blanca le tapaba más de media cara y tenía los pies descalzos apoyados en una silla, con unas uñas tan largas como las de cualquier ave carroñera.
Parecía que llevaba horas bebiendo. Su cara delataba cierto estado de embriaguez.

-Buenos dias señor Cervera, es un gran placer conocerle. Soy Javier Amador. Habíamos quedado a las diez. Me he retrasado por culpa del transporte público.

-Yo no he quedado con nadie. - contestó de forma seca.

- Si....tiene que acordarse. La semana pasada hablamos por teléfono. Me dijo que viniese hoy. Tengo interés en escribir un articulo sobre usted para el periódico universitario. Soy un gran admirador suyo, ¿sabe?

-¿Y habíamos quedado a las diez?

- Si.

-Pues son las diez y cuarto. Tiene el cuarto de hora restante hasta llegar a las diez y media para preguntar lo que quiera.

Saqué mi pluma estilográfica y abrí mi cuaderno de notas.

-¿Quieres una copa muchacho? - me preguntó mientras acababa con la suya.
Entonces yo era jóven y no solía beber, y menos aún por las mañanas, y menos vino. Pero estaba tan encandilado por aquel tipo, que me apetecía acompañarle bebiendo.

-Si, gracias.

Se levantó, sacó una copa de un cajón de su mesa y me la dió. En el fondo de la copa había pequeños trozos que parecían restos de polillas y el borde tenía una sustancia amarillenta y endurecida que parecían fideos petrifícados en el cristal. Escanció el vino en mi copa, llenó de nuevo la suya y me hizo brindar a su salud.

- Me encantó su último libro de poemas "Con ansia de revancha".

-¿Si?...pues a mi no. Lo cierto es que nunca me ha gustado nada de lo que he escrito.

-Ese último libro suyo tiene casi diez años. ¿sigue escribiendo?

-¡¡Yo siempre escribo joder!!

-¿Siempre que ust..

-¡¡Escribir ha tenido la culpa!!.- gritó interrumpiendo mi pregunta.- ¡¡Escribir ha tenido la culpa de todo lo que he escrito durante mi vida!!

-No le entiendo señor.

- ¡¡No me llames señor coño, llamame Eugenio!!
Escribir ha sido la ruina de mi vida. Todos los libros que he escrito, todos mis poemas. Lo único que he hecho es contar mi vida, mis problemas matrimoniales, mis vicios,mi forma de beber, mi forma de follar, mi forma de rascarme el culo, mi forma de lavarme los diente, mi forma de soñar con las mujeres, mi forma de discutir con el vecino, mi forma de cagar, mi forma de llorar, mi forma de reir y mi forma de morir cada día. A la gente no le interesa saber que yo también puedo decir "te quiero". Lo único que quieren es leer como confieso el infierno de mi vida, y después me llaman genio.
Lo único que he escrito ha sido sobre mi miseria personal. Y por eso me han santificado. ¿Quieres otra copa?

-No, aún la tengo llena.

- ¡¡Pues dale un trago coño, eso no es café!!. El vino se bebe de un trago.

Bebí de un trago.Se levantó y llenó de nuevo las copas.

- Señor Cervera...¿que consejo le daría usted a los escritores jóvenes?

- Que mientan y no se casen.

- ¿Está usted casado?

- Mi mujer me abandonó hace años. No soportaba que escribiese sobre nuestro matrimonio. Decía que se sentía desnuda ante la gente. Una mañana al despertar ya no estaba. Solo me dejó una herida en el corazón y unas bragas rojas como recuerdo. ¿Quieres verlas?

-Bueno....- se levantó del sillón y sacó del cajón de su mesa unas bragas rojas que me lanzó por los aires.
Las cogí al vuelo y las tuve en mis manos mientras él acababa con el vino de su copa. A pesar de beber en la copa, el vino se derramaba por su barbilla y le bajaba hasta la camisa.

-Huelelas, huelelas chaval. - Me acerqué las bragas a la nariz y las olí. Olían a orín y a soledad.

- Todas las noches hago el amor con ellas ¿sabes?.- Dejé las bragas en la mesa y juré no volverlas a tocar.

- Señor Cervera...

- Llamamé Eugenio ¡¡coño!!.

- Esta bien...Eugenio... ¿que le inspira para crear un poema?

- El dolor.

- ¿Escribe poesía todos los días?

- ¿Sueles tu comer todos los días?

- ¿Ha llegado a amar la vida, o la sigue odiando?

- Nunca he odiado la vida. Esa es una idea errónea. Lo único que ocurre es que soy muy cauto. Si comienzo a amarla, algún día sé que se burlará de mí. ¿Te has bebido la copa?

- No aún..

- ¡¡pues terminala coño que no es café!!

Terminé de nuevo la copa y me la volvió a llenar.
Comenzaba a sentir los efectos del vino en mi cuerpo, y un calor anormal subía desde el estómago hasta mi cabeza.

- ¿Que piensa de los cursos de técnicas literarias que imparten muchos escritores?

- Es una gilipollez. Muchos escritores escriben hasta que un día llegan a ser conocidos, y luego lees que enseñan técnicas literaria en tal universidad. Al principio comienzan como escritores y luego enseñan a los demás a escribir. ¿Como es posible?. ¿Sabes lo que les digo?. ¡Esto! - y levantó su trasero del sillón y sonó un enorme pedo.- Esto para ellos. Escribir es algo que no se sabe como se hace.
Uno se sienta a escribir y puede ocurrir o no. Entonces ¿como puede alguien enseñarte a escribir, como puede alguien enseñarte a mirar dentro de tu corazón, dentro de tus sentimientos?. Cuando me siento delante de mi ordenador, hay veces en las que paso horas mirando las teclas y pienso "esta noche no llegará ningún tren cargado de ideas, amigo".

- ¿Admira a algún escritor?

- A Céline. Es él único que demostró saber escribir. ¿Fumas chaval?

- Si.

- ¡¡Pues dame un cigarrillo coño!!

Le acerqué un cigarrillo y también el mechero.
Después de encender el cigarrillo, se levantó del sillón y comenzó a fumar dando vueltas por la habitación con su copa de vino sostenida en la mano derecha.
La imágen de aquel intelectual descalzo y medio borracho con aquellas calzonas playeras naranjas y aquella camisa verde era penosa.
Yo seguía sentado en mi silla. El vino había empezado a hacerme efecto y comenzaba a sentirme mareado. Parecía que tenía un gato metido en mis entrañas. Me quedé en silencio intentando recomponerme, pero fue inutil. Sin darme cuenta, vomité todo lo que tenía en el estómago justo a sus pies.

- ¡¡Coño chaval, si no sabes beber, no bebas. Me has manchado los pies con tu vómito amariconado!!.- me reprochó.

En ese instante llamaron a la puerta.

- ¡¡Pase joder!!.- gritó Cervera.

Entró en la habitación una mujer de unos cincuenta años. Era alta, rubia y bastante atractiva. Llevaba un maletín de cuero color negro que dejó sobre la mesa. Supuse que se trataba de su secretaria.

-¿Eugenio has vuelto a vomitar?, ¿es que todos los dias vas a hacer lo mismo?

-No he sido yo María, ha sido este chico. Sabes que si vomito lo hago a partir de las doce.

- No sabía que tenías compañía - dijo la mujer mirando a mis enrojecidos ojos.

- Es un alumno que quiere escribir algo sobre mi...pero ya se iba ¿verdad muchacho?

-Bueno...si...supongo que ya me iba.

- ¿Y que estas enseñandole a ser como tú?

-No....dice que es un gran admirador mio, aunque supongo que a partir de hoy dejará de serlo.

Recogí mis pocas cosas, paseé la mano por mi frente y me levanté de mi asiento.
Fue justo al levantarme cuando noté como toda la sangre de mi cuerpo subía veloz hacia la cabeza.
¡Maldito vino!, maldije.

- ¿Como puede usted beber tanto?. - pregunté antes de largarme de allí.

- Porque me aburro facilmente chaval, y ojalá tu algún día no te aburras tanto como yo.
Y no olvides una cosa, hoy has conocido a un genio, pero también has conocido a una persona que odia mirarse en el espejo. No lo olvides.

Abandoné el despacho con un enorme dolor de cabeza sin despedirme de Eugenio Cervera y de aquella rubia atractiva. Los dejé allí a los dos en compañía de mi vómito.
Salí a la calle.
Fuera alguien tocaba la bocina de un coche. Eran unos bocinazos escandalosos y persistentes.

-¡Maldito seas condenado, callate ya!.- aullé.

Crucé la avenida buscando la parada del autobus.
El día comenzaba a ser día, mientras yo deseaba que aquel genio alcohólico llamado Eugenio Cervera ardiera de por vida en su propio infierno.
Cuando bajara del bus sólo tendría que caminar hacía mi casa, subir una escalera para llegar a mi cuarto donde encendería un cigarro y donde a nadie le importaría más nada de mí.
Sí. Un cigarrillo más. Y luego me daría un baño y me iría a dormir.
Así funcionaban las cosas.
O no funcionaban.
Entonces yo era jóven y no solía beber, y menos aún por las mañanas, y menos vino.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es cierta esta historia? supongo que dejarias de considerlo un genio no?
Esta muy bien...genio

Pelayo dijo...

La historia no es real, pero si lo fuese, creo que siempre le seguiría considendo un genio. Creo que todos los genios tienen algún síntoma de locura.

Un saludo