martes, 2 de septiembre de 2008

Mientras dormíais


Un agobiante calor había convertido mi habitación en un crematorio.

Estaba tumbado en la cama, desnudo y cansado de dar vueltas entre sabanas empapadas de sudor.

Me incorporé, cogí un cigarrillo y saqué la cabeza por la ventana para fumar.

Ví un perro hambriento merodeando en los cubos de basura.

Era un saco de huesos que vagabundeaba perdido.

Me miró a los ojos durante unos segundos, agachó la cabeza y siguió olfateando en busca de algo a lo que hincar el diente.

Que vida más jodida, pensé.

Volví a introducir la cabeza en mi habitación y miré a mi alrededor.

Vi un cenicero lleno de colillas,

una mesa repleta de botellas de alcohol,

un par de botas llenas de barro,

libros leidos,

una guitarra muda,

discos de John Denver junto al radio-cassete,

una cama vacía,

miles de sueños esparcidos por el suelo,

camisas sin planchar...

Que vida más jodida, pensé.

Volví a sacar la cabeza por la ventana y vi que el perro había desaparecido.

¡Mierda! aquel animal debía estar conmigo.

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